Hay una pista
El hermano de la mujer averiguó que la denuncia se había originado en los suburbios, no dentro de los límites de la ciudad. Por ello, dio a la pareja el paradero de la persona para que pudieran encontrarla por su cuenta. Subieron a su coche y se dirigieron al lugar indicado ese mismo día. Cuando llegaron, llamaron a la puerta y les abrió un anciano. El hombre parecía perplejo; no tenía ni idea de por qué aquella pareja, a la que no conocía de nada, se había presentado en su puerta. Sin embargo, a medida que daban sus justificaciones, todo cobraba más sentido. Cuando hablaron del rugido que había descrito, sus ojos se iluminaron.

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Lamentablemente, la pareja iba a sufrir una decepción. Al parecer, el anciano había prometido a la policía que les llamaría si oía más rugidos o ruidos extraños. Sin embargo, nunca lo hizo. También dijo a la pareja que no había visto ningún indicio de tigre en la zona desde su llamada inicial. Sólo podía decirles algo útil sobre la dirección desde la que había oído el primer rugido. Entonces les indicó la dirección correcta y, tras despedirse, partieron en esa dirección.

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